Ingri Moreno

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“Sé que la calidad de servicio que brinda Fisulab no la voy a conseguir en otro lado” 

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Cuando Ingri tenía aproximadamente 5 años su madre descubrió una fundación que iba a ayudar a su hija con su condición médica, ella había nacido con labio y paladar fisurado unilateral izquierdo. Lo que no sabía era que Fisulab se convertiría en un lugar que les cambiaría la vida a las dos.

Ingri vivía con su familia en una vereda cerca a Pacho, un municipio aledaño a la capital colombiana y  recuerda cómo su madre, Etelvina, hacía lo posible para llevarla a todas las consultas necesarias para cumplir su tratamiento, a pesar de las más de 4 horas que tardaba en el recorrido y los esfuerzos económicos que tenía que hacer para lograrlo. El sustento familiar dependía de la recolección de café en las épocas de cosecha.

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Ingri y su madre siempre tuvieron presente la importancia del tratamiento y, a pesar de los problemas económicos que tuvieron, la fundación siempre les brindó diferentes posibilidades de apoyo y financiamiento. 

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Pues, tal como ella menciona, Fisulab tiene como prioridad el bienestar de cada uno de sus pacientes. Es así como durante los más de 12 años que estuvo en la institución, se realizaron 4 cirugías además de las dos que traía extra institucionales iniciales, finalizando con una cirugía bimaxilar a los 17 años. En forma paralela se realizó todo el tratamiento de ortodoncia requerido y terapia del lenguaje combinando entra planes caseros y sesiones presenciales cuando asistía a controles con los demás especialistas, más todo el acompañamiento psicológico necesario.

Gracias a ello Ingri finalizó su tratamiento; es una mujer segura, sin limitaciones físicas, funcionales ni emocionales. Nunca tuvo problemas al relacionarse con otras personas. Después de terminar su Técnico de Asistente de Gerencia Administrativa empezó a trabajar y las buenas referencias sobre ella no se hicieron esperar. Resalta que no tuvo problemas o algún tipo de complejo por su apariencia física y que si esto hubiera ocurrido, ella no hubiera tenido ningún inconveniente por  el acompañamiento que tuvo, el cual fue fundamental para superar todos los retos. En el trabajo conoció, al que hoy es su esposo, Uriel Bohórquez con quien se casó en el 2011 y tiene un hijo Mateo que es su vida, su escuela diaria porque todos los días aprende algo nuevo de su interacción con él.

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Ella recuerda con mucha nostalgia su paso por la institución. Resalta que esta tiene todo aquello que un paciente puede pedir y que está tan segura de eso que, actualmente, su hijo también asiste a la misma y es paciente de odontología.

Mateo, no nació con labio y paladar fisurado, sin embargo, ella junto a su esposo, siempre tuvieron presente la probabilidad de que este diagnóstico fuera heredado. Esto no fue un problema, ni significó una preocupación para el matrimonio. Desde el principio, supieron qué hacer en caso de que se llegara a presentar. Sabían que Fisulab sería la mejor opción para Mateo por la atención y la calidad del servicio que brinda. Ingri siempre supo que, en el caso que él necesitara algún tratamiento, la fundación que la ayudó a ella durante su niñez y adolescencia iba a ser su primera opción. “Yo traigo a mi hijo a Fisulab porque sé que está en buenas manos” dijo. A pesar de la incertidumbre, su hijo nació completamente sano.

Al mencionar esto se le viene a la mente su paso por la institución y recuerda toda la ayuda y el buen trato que recibió. Resalta que la calidad de personas que ahí trabajan no tiene comparación. Recuerda particularmente a la doctora Carolina Sánchez, a quien define como el mejor regalo que Fisulab le pudo dar. Fue gracias a ella que la paciente pudo terminar sus estudios. La escuela rural en la que Ingri realizó sus primeros años escolares ofrecía únicamente los años de educación primaria.

En la primera consulta del año 2000 a la que asistió Ingri, todos los miembros del equipo Fisulab que estábamos presentes quedamos atónitos y nunca olvidaremos la respuesta de Etelvina “repasando los libros del quinto”, cuando se le preguntó en que andaba la niña y supimos que las posibilidades escolares habían llegado a su límite. La doctora Carolina, psicóloga de la institución en el momento, no descansó hasta encontrar una escuela cercana que ofreciera el bachillerato y un benefactor que asumiera los costos de la misma para que ella pudiera finalizar sus estudios.

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Por esto Ingri no duda en afirmar que ella no solo representó una ayuda psicológica sino también una ayuda integral, gracias a la cual, se convirtió en la mujer que es actualmente. El reto no fue fácil. Diariamente tenía que atravesar caminando dos horas un cafetal a las 4 de la mañana para tomar el bus que la llevaba a la escuela localizada en el pueblo; recorrido que hacía acompañada de Etelvina por el riesgo que esto suponía, Ingri tenía apenas 12 años. A pesar del esfuerzo, siempre se caracterizó por ser una de los mejores estudiantes del colegio, al estar dentro de los primeros cuatro puestos del salón, de lo cual menciona estar muy orgullosa.

Hoy, además de traer a su hijo a Fisulab, sigue asistiendo a la misma con la finalidad de hacerse unas correcciones estéticas de labio y nariz. Su esposo, Uriel, dice que estas no son necesarias pero que, lo importante para él, es que su esposa esté feliz. Ingri decide seguir con la institución porque, si algo tiene claro es que, la calidad que encuentra ahí no tiene comparación.

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